Pelayo, Las brujas de Cenizate (1968). |
El
pintor Orlando Pelayo (Gijón, 1920 –
Oviedo, 1990) nació en Asturias pero pasó los años de su infancia y
adolescencia en Badajoz y Albacete. Durante la Guerra Civil, se incorporó a las
fuerzas republicanas en 1938 y, al año siguiente, se exilió en Orán (Argelia),
donde inició su carrera como pintor y trabó amistad con Albert Camus, André
Gide, Jean Grenier, etc.
En
1947 se instaló en París y allí se integró en la vida artística de la ciudad
con otros pintores españoles pertenecientes a la “Escuela de París”: Óscar Domínguez, Francisco Bores, Antoni Clavé,
etc. En 1967 y 1968 realiza sus primeras visitas a España después del exilio.
Con los años, repartió su tiempo entre su residencia parisina y su estancia
veraniega en tierras asturianas.
Pelayo por Henri Cartier-Bresson, 1979. |
Su
obra se exhibió en exposiciones y se conserva en museos por todo el mundo,
siendo objeto de numerosas publicaciones. Entre otros, han escrito sobre
Orlando Pelayo los poetas José Hierro, Ángel González, Victoriano Cremer, Ramón
de Garciasol, el articulista Juan Cueto Alas, etc. Aparte de su labor como
pintor, cultivó también dibujo, mural, tapiz, escultura y, especialmente, grabado.
Pelayo, Paisaje español, 1959. |
La
relación de Orlando Pelayo con Albacete se ha manifestado en múltiples
ocasiones: en 1985 se exhibió una muestra monográfica del pintor en el Museo de
Albacete, fue miembro de honor del Instituto de Estudios Albacetenses, que en
1985 le distinguió con la Medalla de Plata de la institución, en el Museo de
Albacete se conserva una donación de unas 30 obras del artista, etc.
Sin
embargo, hubo una vinculación más íntima de Orlando Pelayo con Albacete: los
años vividos en la provincia y en Alcalá del Júcar, pueblo natal de su padre.
El mismo pintor reconocía esta decisiva influencia con las siguientes palabras:
“Si
uno de los sueños del hombre – y sobre todo del artista – es el poder regresar
al paraíso perdido de la infancia, habrá que convenir que el artista exiliado
lo es doblemente, pues lo está de su infancia y del escenario físico donde ésta
transcurrió: su tierra” . [1]
Pelayo, Les sous maîtresses d'Albacete, 1970. |
El
estilo de Pelayo evolucionó desde la pintura figurativa de acentuado
expresionismo hacia la abstracción neofigurativa posterior. Dentro de esta
evolución, nos interesa destacar dos etapas con abundantes ejemplos de pinturas
relacionadas con Albacete. En la primera de ellas, entre los años 1959 y 1962,
apareció la serie “Cartografías de la ausencia”, que supone un evocación
nostálgica de las tierras españolas en las que vivió, destacando obras como “Paisaje
español” (1958), “Itinerario del Júcar” (1959), “Alcalá en la nostalgia”
(1960), “Recuerdo de la Mancha” (1961), “Alcalá, siempre” (1962), etc.
Pelayo, Saludadora de Jorquera, 1975. |
En
la segunda de estas etapas, desde 1962, la serie “Retratos apócrifos” se centró en la
historia y la cultura clásica española con protagonismo de fantasmales e inquietantes
criaturas. Destacan en esta etapa obras como “Las brujas de Cenizate” (1968), “Les
sous maîtresses de d’Albacete” (1970), “Saludadora de Jorquera” (1975), “La
abadesa de Tarazona” (1975), “Leyenda de Balazote” (1977), etc.
“Las brujas de Cenizate” es un
lienzo de 100 x 100, realizado en 1968 y conservado en colección particular. Se
reproduce en la página 117 del estudio-catálogo sobre “Pelayo” publicado por
Vicente Aguilera Cerni en Ediciones Júcar, 1980.
Pelayo, Leyenda de Balazote, 1977. |
Cabe
encuadrar “Las brujas de Cenizate” en la serie
de “Retratos apócrifos” iniciada en 1962. La cronología sitúa esta obra
en los años de las primeras visitas a España del pintor Pelayo después del
exilio. Por
su estilo y temática el cuadro “Las brujas de Cenizate” está emparentado con
obras de los años 1967-70 como “Pudo ocurrir así”, “Y luego nos dejáis”, “El
metafísico”, “¿Qué esperan?”, etc. Se trata de una serie de pinturas que
podríamos adscribir al expresionismo figurativo de su creación, con resonancias
goyescas y del claroscurismo de la pintura barroca española.
Sobre
los personajes retratados en esta serie, en la inauguración de una exposición de
1969, Pelayo declaraba: “No he
representado personajes determinados, sino que he pintado retratos como vistos
a la luz de un relámpago. No son arquetipos, sino la sintetización de la España
mítica a través de mí mismo”. [2]
Pelayo, La abadesa de Tarazona, 1974. |
En
otra ocasión, en 1977, aludiendo a los fantasmas particulares de su mundo
pictórico, Pelayo señalaba: “Estoy
habitado por un mundo de fantasmas. Los fantasmas que en visto en La Mancha.
Había gentes que se disfrazaban, para asustar, con fines oscuros, y que se
aparecían por las noches cerca de ciertas casas apartadas, reforzando las
creencias en estas tierras primitivas. Desde siempre, forman parte de mi
mitología obsesiva y se han convertido en materia artística”. [3]
En
un catálogo de una exposición de Pelayo de 1978, el crítico de arte Gérard
Xuriguera se refiere a estos retratos del pintor en los siguientes términos: “Verdugos, infantas, abadesas, brujas,
curanderos… articulan este fresco doloroso y nostálgico”. [4]
Las brujas de Cenizate del cuadro
pintado en 1968 por Orlando Pelayo pertenecen a esta serie de personajes de la
mitología personal del autor y, sin duda, estas figuras están enraizadas en los
recuerdos infantiles de su infancia y juventud albaceteña.