domingo, 11 de noviembre de 2012

El cultivo tradicional del azafrán en Cenizate


Rosa del azafrán.
En el número 6 de la revista Zenizate Jesús Valera Honrubia y José Ángel Valera Tarancón publicaron un artículo sobre “El azafrán, cultivo de una especie en Cenizate”, donde se ocupaban de los aspectos etnológicos e históricos del azafrán en nuestra población. En las líneas siguientes reproducimos un extracto de este artículo, en el que se resume el capítulo referido a la descripción del cultivo tradicional del azafrán en Cenizate.

Insertamos también algunas notas relativas a herramientas relacionadas con este cultivo que proceden de un artículo de Juan Sáez Descalzo sobre “Aperos, aparejos y otras herramientas de antaño….” en el número 3 de la citada publicación.

Cedazo con azafrán en verde.
Agradecemos a José Ángel Valera Tarancón y Francisco Vergara Vizcaíno que nos hayan permitido la reproducción de imágenes de sus respectivas colecciones particulares de útiles relacionados con el azafrán.

1.- LA SIEMBRA. El azafrán se plantaba en la primera mitad del mes de septiembre y, a veces, en el mes de mayo pero, en este caso, con mucha frecuencia se perdía la cebolla o se ababonaba (proceso por el que la cebolla se pudre debido, seguramente, al calor). En esta fase inicial del cultivo lo ideal era que la tierra estuviera humedecida por la lluvia.

Previamente a la siembra, la tierra se preparaba en el invierno, aproximadamente desde el mes de enero, realizando las operaciones conocidas como "sacar y aderezar el suelo". Para sacar el suelo se utilizaba la azada y se cavaba con una profundidad de 15-20 cm.

El abono se empleaba en el momento de la siembra y se utilizaba, preferentemente, estiércol de caballerías. Conforme se plantaba la cebolla se ponía encima la capa de estiércol. La cebolla que se utilizaba como simiente era la que se arrancaba del zafranar viejo durante el mes de abril o mayo.

Normalmente, se obtenía más cebolla de la plantada debido a que, si la cebolla sacaba dos o cuatro tallos, cada uno de ellos daba una rosa o más y, luego, cada tallo se convertía en una cebolla. Así, el rendimiento era como mínimo la "postura" y si el zafranar era bueno se sacaban dos o tres posturas más.

La siembra se hacía cavando o labrando por hiladas poniendo la cebolla en dos hileras en el surco a dos pulgadas de distancia una de otra. Cada cultivador sembraba alrededor de 10-12 fanegas de cebolla, aunque había cultivadores que podían poner en total hasta 30 fanegas de cebolla. La superficie de tierra cultivada de azafrán, con independencia de su superficie, se conocía como cuadra.

En cuanto al sistema de propiedad, lo habitual era utilizar tierras a rento para el cultivo del azafrán. La cuantía del arrendamiento o rento era de cada 10 fanegas de cebolla puestas se pagaba entre una onza u onza y media de azafrán tostado.

El cultivo de esta especia precisaba de un uso intensivo de mano de obra que, normalmente, era suministrada por el propio núcleo familiar y, puntualmente, por familiares directos. Los condicionantes del arrendamiento y la utilización de abundante mano de obra familiar hacían que este tipo de cultivo se conociera como "el oro de los pobres o un engaña pobres", porque el elevado valor del producto final veía mermado su rendimiento por los gastos necesarios: arrendamiento, mano de obra familiar intensiva, salarios de las roseras, etc.

2.- CUIDADOS POSTERIORES Y RECOLECCIÓN. Realizada la siembra y en cuanto empezaban los tallos de la planta a puntear (primeros de octubre) se ganchaban: operación consistente en emparejar la tierra quitando cantos y rompiendo gasones. El objetivo del ganchado era que los tallos pudieran germinar de la cebolla y salir sin problemas de barreras físicas.

En esta operación se usaban los ganchos del zafranar, especie de rastrillos para retirar la costra que se formaba tras la lluvia y que dificultaba la salida a la superficie de los tallos de la cebolla del azafrán. Cuando no se quitaba la costra y ésta era muy dura, los tallos que salían de la cebolla del azafrán se quedaban debajo de la costra, arrugados, y se decía que los tallos se habían engorgoritao.


A finales de septiembre florece una flor conocida popularmente como avisaeras de la rosa, a la que se le atribuye la peculiaridad de anunciar la cercanía de la recolección del azafrán.

La esperada fase final del cultivo, la recolección, solía realizarse aproximadamente desde el 20 de octubre hasta el 10 de noviembre. El día de Todos los Santos era el día del manto por ser en el que más rosa salía para coger.

Se recolectaba la rosa encapullá por la mañana temprano y, en caso de recogerse a mediodía, la flor del azafrán ya estaba abierta. 

La recogida de la flor se hacía a mano y con un cesto de pleita donde se iba depositando. El traslado desde la cuadra hasta el domicilio se procuraba hacer en canastos o cuévanos de pleita o caña para favorecer la absorción de la humedad de la planta.

La mano de obra empleada era, básicamente, el núcleo familiar con uso esporádico de mano de obra asalariada: las roseras. La misma mano de obra participaba también en la operación de sacar la rosa, pagándose al mismo precio "la libra de coger" que "la onza de sacar en verde o crudo".

3.- LA FAENA DE MONDAR Y TOSTAR LA ROSA. Una vez la rosa del azafrán se encontraba recolectada y en el domicilio, la prioridad era sacar los pistilos de toda la flor cogida en la jornada matinal. Este proceso requiere una específica habilidad manual para cortar el rabo a la rosa, retorcer la flor y sacarle los pistilos o mazos. En verde (sin tostar), estos mazos se echaban en los panderos que eran una especie de caja circular sin tapa construida de piel o de cartón y de borde bajo.

Una rosera podía sacar o mondar, tras una agotadora jornada de innumerables horas, alrededor de 8-10 onzas de azafrán en verde. La edad de las roseras podía variar de un extremo a otro del ciclo vital, desde niñas que se iniciaban en este arte hasta auténticas veteranas de esta labor.

Una vez sacados los pistilos de la rosa del azafrán recogida en ese día, se pesaba "en verde" para calcular la retribución de las roseras y se iniciaba una tarea sumamente delicada para obtener el producto final: el azafrán tostado.

El azafrán se tostaba mediante un complejo y artesanal sistema: con la brasa de la lumbre se preparaban las hornillas (dos rejolas o ladrillos) y sobre éstas se colocaba el cedazo o ciazo con los mazos extendidos. Primero, se tostaba por una cara y luego, a fin de tostarlo por la otra, se le daba la vuelta con otro ciazo acoplado al primero.

Era bastante común el tener que remendar los ciazos ya que, cuando se colocaban en la lumbre para tostar el azafrán, saltaban algunas chispas del fuego se quemaba la malla de tela. De estas reparaciones se ocupaban antaño los ciaceros que visitaban periódicamente el pueblo pregonando sus servicios.

El rendimiento entre el azafrán verde y el tostado, aproximadamente, observaba la siguiente proporción: por cada 5 onzas de azafrán verde se obtenía 1 onza de azafrán tostado.

Una vez tostado el azafrán el producto se guardaba envuelto en paños dentro de una caja de cartón que podía estar forrada en paño. Existían otras variantes para conservar el producto como la de guardar los paños dentro de una sábana doblada. El objetivo era conservar el azafrán en un sitio seguro, seco y alejado de la luz.

En estas condiciones el tiempo de conservación del azafrán era ilimitado, además con la ventaja de que la merma o reducción del azafrán una vez tostado es prácticamente nula.

Las medidas de peso que se utilizaban para pesar el azafrán eran la libra y la onza, cuyas equivalencias en gramos son las siguientes: 1 libra (16 onzas) = 460 gramos y 1 onza = 28,75 gramos. Para pesar el azafrán solían usarse romanas o pesos. Estos últimos eran una tipo de balanza mecánica que se empleaba en los hogares para determinar el peso del azafrán. Cada una de estas balanzas iba siempre acompañada por un juego de pesas que solían componerse de: 1 libra, 8 onzas, 4 onzas, 2 onzas, 1 onza y 1/2 onza.

4.- LA ROTACIÓN DEL CULTIVO. El sistema de cultivo del azafrán tenía como características básicas el uso intensivo de mano de obra, la utilización de abonos exclusivamente de origen animal y una rotación de la tierra de cultivo para que recuperara su capacidad productiva. En relación con este último aspecto, la norma era que cada cuatro años se arrancara el zafranar de la "cuadra" donde estaba y se buscara tierra nueva para otro ciclo de cultivo. Normalmente, las personas que se dedicaban al zafranar solían cultivar cuatro "cuadras" para intentar garantizar rendimiento todos los años.

La cebolla de ese zafranar arrancado se recuperaba con las operaciones de labrado y se farfollaba (quitar perifolla y los "culos viejos"), guardándola extendida en la cámara para plantarla de nuevo. Las tareas de arrancar el zafranar y farfollar la cebolla se hacían sobre el mes de mayo. La perifolla de la cebolla se utilizaba para rellenar los colchones.

La cuadra de un zafranar arrancado tardaba de 15 a 20 años en cultivarse de nuevo de azafrán. Circunstancia que no impedía su aprovechamiento para otros cultivos, por ejemplo, cereal.

5.- COMERCIALIZACIÓN Y CRISIS DEL CULTIVO. El azafrán tostado no tiene caducidad a corto-medio plazo y se ha llegado a comprobar que se mantiene en óptimas condiciones después de 15 años del tostado. Obviamente, esta característica del azafrán era una ventaja para el productor al permitirle esperar, salvo circunstancias económicas apremiantes, a que los intermediarios le ofrecieran un precio adecuado a sus expectativas de lucro o de ganancias.

Las redes de comercialización tenían una estructura piramidal cuya base estaba formada por los cultivadores y, a partir de ahí, hacia arriba se iban superponiendo intermediarios a nivel local, comarcal y provincial hasta culminar con las compañías dedicadas a su comercialización a gran escala y exportación.

El precio del azafrán podía variar, al margen de las razones directamente relacionadas con la oferta y la demanda, en función de la calidad de la especia: grosor de la hebra, limpieza de las hebras tostadas, perfección y calidad del proceso de tostado, etc.

El valor comercial del azafrán garantizaba, hasta la crisis del cultivo, una buena opción de inversión para una parte de familias que obtenían unos ingresos complementarios al año o acumulaban un producto no perecedero de alto valor que podrían vender en caso de necesidad.

A mediados de la década de 1980 comenzó a notarse la decadencia del cultivo, motivada por varias razones: carestía de mano de obra local, diversificación de las actividades económicas en los núcleos rurales, coincidencia de las labores del cultivo del azafrán con la pujante vendimia, competencia de la producción de países orientales, etc.  Esta confluencia de factores ha provocado, finalmente, que el cultivo de esta preciada especia haya descendido y, prácticamente, desaparecido en Cenizate.

Jesús Valera Honrubia y José Ángel Valera Tarancón